Siguiendo con el
pedido para el Retablo del Convento de los Capuchinos realizó otras
Inmaculadas, cómo (((*))) la Inmaculada del
Padre Eterno.
Esta pintura de
formato rectangular actualmente, aunque acaba en medio punto, posee una
composición en diagonal, propia del estilo más profundo del barroco. Se
representa a la Inmaculada ascendente y frontal al espectador y en la parte
superior aparece el Padre Eterno con sus brazos extendidos en actitud
acogedora. A los pies, el globo terráqueo es abrazado por el dragón, que
encarna al demonio símbolo del pecado original vencido que con sus fauces
abiertas presencia la apoteosis de la ascensión de la Virgen.
Un intenso
resplandor de tonos dorados envuelve la figura de María, en torno a la cual se
mueve una gloria de pequeños ángeles. Este cuadro tiene la singularidad de ser
distinto a las demás representaciones de la Concepción de María que hizo
Murillo.
Una de las
características propias de nuestro artista que podemos apreciar en esta obra,
es que en torno a la cabeza de la Purísima aparece una especia de aureola de un
intenso color dorado que sirve para intensificar y realzar el rostro de la
imagen al igual que lo hiciera en la Inmaculada la Colosal de 1650.
Estéticamente Murillo supo introducir en su pintura un sentido realista en sus
figuras y a su vez supo transmitir una espiritualidad trascendental en sus
obras como se demuestra en este cuadro. Además de un excelente dibujante y un maestro
del color, técnica que como podemos observar fue dominando a través de su
evolución estilística.
Este cuadro
presenta dos notables novedades, dentro de las numerosas Inmaculadas de
Murillo, que son la presencia en la zona superior de Dios Padre y en la parte
inferior el globo terráqueo con el Dragón. Esta obra responde como pocas al
deseo de la Reforma Católica de despertar el amor fervoroso del creyente con la
contemplación de escenas más o menos humanas, sentimentales y tiernas de la
vida de Cristo, María y los santos
Otra de la obras
realizadas para este pedido de los Capuchinos es la Inmaculada conocida por (((*))) La Niña, está inspirada en
una joven doncella, de ahí su nombre, nos la presenta centrando el lienzo con
la media luna a los pies, el cuerpo levemente girado, el manto que la rodea con
sus extremos flotantes, las manos cruzadas sobre el corazón, la cabeza girada
suavemente hacia la izquierda y la mirada en alto.
Toda ella se apoya sobre una nube, a sus pies aparecen una multitud de ángeles portando, algunos de ellos, símbolos relativos a las Letanías, mientras en la parte superior otro grupo revolotea alegremente.
Toda ella se apoya sobre una nube, a sus pies aparecen una multitud de ángeles portando, algunos de ellos, símbolos relativos a las Letanías, mientras en la parte superior otro grupo revolotea alegremente.
En el extremo
superior derecho otro grupo de angelitos revolotean entre paños vaporosos. A la
izquierda vemos algunas cabezas de angelillos. El extremo inferior derecho está
constituido por una intensa zona oscura que ocupa los dos tercios de la altura
del cuadro. En general la obra destaca por la soltura de la pincelada, el
cálido colorido y la luminosidad de carácter escenográfico.
A veces se
confunden los cuadros de (((*))) la Asunción con
los de la Inmaculada. En este caso la Virgen tiene una actitud pasiva, no sube
por sus propios medios sino que es ascendida por las alas de los ángeles hacia
el Paraíso.
La Asunción de la
Virgen es un tema que costó convertir en dogma, porque parecía más un tema
piadoso que doctrinal. Fue con ocasión del Año Santo en 1950 cuando el Papa Pío
XII definió el dogma de la Asunción de María.
Artísticamente,
hubo bastantes confusiones en los temas a representar, porque la Asunción de la
Virgen es la subida de la Virgen hacia los cielos, en cambio, la Inmaculada es
su... digamos “descender” a la tierra. En diferentes representaciones, se la
representa con rasgos comunes, la luna bajo sus pies, la frente coronada de
doce estrellas como la mujer del Apocalipsis... Por eso, Asunción e Inmaculada,
tienden a confundirse en el arte.
El tema de la
Inmaculada Concepción, muy popular en la España del siglo XVII, llega a
constituir una de las señas de identidad del catolicismo nacional, hasta el
punto de que son numerosos los organismos públicos y profesionales que exigen a
sus miembros el juramento concepcionista. Murillo se hace eco de la demanda de
este tipo de imágenes y crea un modelo de Inmaculada de gran difusión, (((*))) La Inmaculada de
Aranjuez, debe su nombre por que aparece citada por primera vez en el Palacio
de Aranjuez en 1818.
Por el estilo que imprime el maestro a esta obra, podemos datarla en torno a la última década de vida de Murillo, por el extraordinario alargamiento de la figura de la Virgen, el manto de grandes proporciones. Los ángeles que impulsan la base de nubes son cuatro.
Por el estilo que imprime el maestro a esta obra, podemos datarla en torno a la última década de vida de Murillo, por el extraordinario alargamiento de la figura de la Virgen, el manto de grandes proporciones. Los ángeles que impulsan la base de nubes son cuatro.
Como ya hemos
visto, Murillo es autor de numerosas Inmaculadas, entre ellas, la que quizás sea la más tardía, (((*))) La Inmaculada de los Venerables o
de Soult.
En la que aparece la Virgen vestida de blanco y azul, con las manos cruzadas sobre el pecho, pisando la luna y con la mirada dirigida al cielo, con un claro impulso ascensional, que coloca a la figura de María en el espacio celestial, habitado de luz, nubes y ángeles, y que sirve para aunar dos tradiciones iconográficas: la de la Inmaculada propiamente dicha y la de la Asunción.
En la que aparece la Virgen vestida de blanco y azul, con las manos cruzadas sobre el pecho, pisando la luna y con la mirada dirigida al cielo, con un claro impulso ascensional, que coloca a la figura de María en el espacio celestial, habitado de luz, nubes y ángeles, y que sirve para aunar dos tradiciones iconográficas: la de la Inmaculada propiamente dicha y la de la Asunción.
En este lienzo
pintó la mayor corte de ángeles que pueda aparecer en obras con este tipo de
iconografía, aportando una gran sensación de movimiento a todo el conjunto.
Esta obra fue encargada para el Hospital de los Venerables y fue muy ensalzada
desde que la hizo realidad. Fue muy codiciada por el Mariscal Soult durante la
ocupación francesa, de ahí su sobrenombre, requisada y llevada a Francia en
1813 durante la Guerra de la Independencia, finalmente fue devuelta y hoy se
encuentra en el museo del Prado.
La pincelada suelta
y enérgica, la composición, el uso de la luz y la sensación de movimiento que
emana de la obra, hacen de ella un extraordinario ejemplo del arte barroco.
Para atender la
alta demanda que en esa década de 1660 había, tanto para la Iglesia como para
los comerciantes que se congregaban en nuestra ciudad, su producción se vió
incrementada, como ya hemos comentado en una temática muy solicitada por estos
últimos, las escenas populares. Si son famosos sus cuadros en los que los niños
son los protagonistas, en otras ocasiones también emplea como modelos a
muchachas, como en esta ocasión, (((*))) muchacha con
flores, en la que ha querido plasmar lo efímero de la belleza y la juventud, simbolizado
por las rosas marchitas y deshojadas que aparecen en el manto de la joven.
La muchacha aparece
al aire libre, dirigiendo su risueño gesto al espectador y sentada sobre un
pequeño muro que tiene su continuación en el pilar que aparece a su espalda.
Viste de manera sencilla pero elegante, coronando su cabeza con un gracioso
tocado. La figura es iluminada por un potente foco de luz que resbala por las
telas, realzando la volumetría del personaje y acentuando el contraste con el
fondo en penumbra. Esa luz también realza el colorido alegre empleado,
obteniendo como resultado una obra de gran atractivo.
En esta otra escena
(((*))) mujeres en la
ventana, aparecen los personajes en actitud curiosa y divertida. La joven
parece una muchacha del pueblo, con ojos llenos de alegría y apoyada en el
alfeizar. La que aparece en segundo plano parece divertida por lo que ve en la
calle y se tapa el rostro para ocultar la risa.
La composición del lienzo es muy acertada, se basa en un ángulo recto acodado en la esquina inferior izquierda del marco. El ángulo está subrayado arquitectónicamente por el alféizar y la contraventana de madera, y así como por los personajes, con la jovencita apoyada y la dueña que se asoma. De este modo, gran parte del cuadro queda absolutamente vacío, por lo que el espectador se siente atrapado en las dos simpáticas figuras femeninas, destacando sobre un fondo totalmente oscuro.
La composición del lienzo es muy acertada, se basa en un ángulo recto acodado en la esquina inferior izquierda del marco. El ángulo está subrayado arquitectónicamente por el alféizar y la contraventana de madera, y así como por los personajes, con la jovencita apoyada y la dueña que se asoma. De este modo, gran parte del cuadro queda absolutamente vacío, por lo que el espectador se siente atrapado en las dos simpáticas figuras femeninas, destacando sobre un fondo totalmente oscuro.
La fama de Murillo
aumentaría gracias a estas pinturas sobre temática cotidiana protagonizadas por
niños, siendo muy originales en el contexto del Barroco europeo ya que gozan de
una impronta personal. Los coleccionistas extranjeros, banqueros y mercaderes
especialmente de origen flamenco, adquirieron directamente al artista un buen
número de cuadros. Dentro de estas pinturas costumbristas infantiles conviene
señalar las (((*))) Muchachas contando
dinero que aquí contemplamos, también denominadas Jóvenes fruteras ya que son
dos adolescentes las protagonistas en el momento de contar las ganancias
conseguidas con la venta de la fruta que tienen en el cesto, especialmente
uvas.
Las dos están
embelesadas contando el dinero conseguido, resultando satisfechas con lo
obtenido al surgir en sus rostros complacientes sonrisas. En el fondo apreciamos
un paisaje con ruinas clásicas, bañada toda la escena por una luz otoñal que
saca diferentes brillos en la fruta. El naturalismo de rostros, ropajes,
canasto o uvas hace referencia a los primeros años del artista pero la
luminosidad atmosférica y el colorismo sitúan la escena en torno a 1670.
En este otro (((*))) Invitación al juego de pelota a
pala, se interpreta como una conversación entre niños, uno de ellos que está
realizando un recado para sus padres y un pícaro que le anima a jugar a pelota
a pala, apareciendo los instrumentos del juego junto a él, el perro actúa como
elemento de unión entre ambos personajes, mirando atentamente el mendrugo de
pan que se está comiendo el niño que está de pie. Los niños están al aire
libre, ante un edificio en su izquierda mientras que la zona de la derecha se
completa con un cielo nublado. Una vez más Murillo ha puesto toda su maestría
en captar las expresiones de los pequeños, siendo la sonrisa picarona de uno y
el pensativo gesto del otro los verdaderos puntos de atracción de la
composición.
En la producción de
Murillo ocupan un lugar destacado las escenas populares protagonizadas por
niños mendigos, como hemos comentado.
En este, (((*))) los Niños jugando a los dados vemos a dos chiquillos en posturas encontradas mientras que un tercero come una fruta y un perro le mira. Se supone que se trata de vendedores de fruta o aguadores debido a la presencia en primer plano de una canasta con fruta y una vasija de cerámica, jugando las escasas monedas conseguidas.
En este, (((*))) los Niños jugando a los dados vemos a dos chiquillos en posturas encontradas mientras que un tercero come una fruta y un perro le mira. Se supone que se trata de vendedores de fruta o aguadores debido a la presencia en primer plano de una canasta con fruta y una vasija de cerámica, jugando las escasas monedas conseguidas.
Como vemos todos los
detalles siguen un estilo claramente naturalista. Los gestos de los muchachos
están perfectamente caracterizados, especialmente el que echa los dados cuyo
rostro está parcialmente iluminado. Una línea diagonal une las tres cabezas de
los muchachos, Murillo ha creado un círculo donde se integran gestos y
actitudes. Como viene siendo habitual en las obras de la década de 1670, el
pintor sevillano introduce esa atmósfera vaporosa creada por las luces cálidas
y la armonía cromática de pardos, blancos, grises y ocres, obteniendo un
resultado de gran calidad y belleza por las actitudes desenfadas y vitales de
los muchachos.
El
periodo más fecundo de Murillo se inicia en 1665 con el encargo de los lienzos
para Santa María la Blanca, en principio fueron cuatro, todos ellos requisados
por el Mariscal Soult y enviados a Francia, de ellas solo devolvieron dos que
se encuentran en el Museo del Prado, el primero de ellos sería (((*))) el Sueño del Patricio que
representa el origen milagroso de la fundación de Santa Maria Maggiore de Roma.
Fueron concebidos como programa de exaltación mariana que desarrolló la bula papal de 1661 sobre el misterio de la Inmaculada Concepción, muestra la aparición de la Virgen al patricio Juan, muy devoto de la Virgen, y a su esposa mientras duermen, momento en el que María les encomendó que levantasen una gran iglesia bajo su advocación en el monte Esquilino con la planta diseñada por una milagrosa nevada.
Murillo para evitar pintar a los esposos en el lecho dentro del dormitorio, opta por representarlos en el salón en un momento de reposo de sus ocupaciones, ya que vemos como el patricio tiene un libro sobre la mesa y su esposa tiene las labores de costura al lado junto a un perro que también dormita.
El salón lo vemos en penumbra y una fuente de luz en la que aparece la Virgen con el niño en el regazo y dirigiéndose a los esposos para darles el mensaje. El ambiente en general es de sosiego y placentero con una sensación de silencio.
Y el segundo (((*))) el Patricio relatando su sueño al Papa Liberio, también conocido como la visita al Pontífice, ilustra la visita del matrimonio al Papa, que también había tenido una aparición parecida, para contarle su sueño. Al fondo vemos el cortejo que había organizado el propio Papa, en el que participó el clero de Roma, dirigiéndose al monte Esquilino, el lugar indicado donde la Virgen, con el Niño en sus brazos, preside el milagro de la nevada en el lugar indicado en la revelación, a pesar de encontrarse en pleno mes de Agosto.
Fueron concebidos como programa de exaltación mariana que desarrolló la bula papal de 1661 sobre el misterio de la Inmaculada Concepción, muestra la aparición de la Virgen al patricio Juan, muy devoto de la Virgen, y a su esposa mientras duermen, momento en el que María les encomendó que levantasen una gran iglesia bajo su advocación en el monte Esquilino con la planta diseñada por una milagrosa nevada.
Murillo para evitar pintar a los esposos en el lecho dentro del dormitorio, opta por representarlos en el salón en un momento de reposo de sus ocupaciones, ya que vemos como el patricio tiene un libro sobre la mesa y su esposa tiene las labores de costura al lado junto a un perro que también dormita.
El salón lo vemos en penumbra y una fuente de luz en la que aparece la Virgen con el niño en el regazo y dirigiéndose a los esposos para darles el mensaje. El ambiente en general es de sosiego y placentero con una sensación de silencio.
Y el segundo (((*))) el Patricio relatando su sueño al Papa Liberio, también conocido como la visita al Pontífice, ilustra la visita del matrimonio al Papa, que también había tenido una aparición parecida, para contarle su sueño. Al fondo vemos el cortejo que había organizado el propio Papa, en el que participó el clero de Roma, dirigiéndose al monte Esquilino, el lugar indicado donde la Virgen, con el Niño en sus brazos, preside el milagro de la nevada en el lugar indicado en la revelación, a pesar de encontrarse en pleno mes de Agosto.
Ambos
lienzos se cuentan entre los más importantes de la producción de nuestro
artista, tanto por su tamaño, recordemos que medían 232 x 522 aproximadamente,
como por su ambición compositiva y la magistral manera en que está resuelta la
narración pictórica. La técnica empleada se corresponde con el momento de
plenitud del estilo de Murillo entre 1660 y 1665. Hoy podemos admirarlas en el
Museo del Prado, sin embargo en Santa María la Blanca podemos ver unas copias
perfectas.
Con la
realización de estas obras consiguió aumentar aún más su fama y recibir un
amplio número de encargos, cómo las pinturas del retablo mayor y las capillas
laterales de la iglesia de los capuchinos de Sevilla y las pinturas de la Sala
Capitular de la Catedral.
Ese
mismo año de 1665 Murillo ingresa en la Hermandad de la Santa Caridad lo que le
permitió realizar uno de sus trabajos más interesantes, la decoración del
templo del Hospital de la Caridad, encargo realizado por don Miguel Mañara,
gran amigo del artista.
En este año realiza
otra de la obras para decorar la iglesia del Convento de los Capuchinos, es el
de (((*))) Santa Justa y
Rufina,
Este lienzo se ha convertido en una de las imágenes más populares del artista. En este cuadro están representadas ambas hermanas, de pie, sosteniendo en las manos una representación de la Giralda, pues popularmente se creyó que fue su intercesión la que impidió que el minarete, para entonces ya campanario de la catedral se cayera en el terremoto de 1504, esa es la razón por la que santa Justa mira hacia el espectador con gesto tranquilizador mientras su hermana eleva la mirada la cielo. Las vasijas de barro que aparecen en el suelo son atributo de las santas, al ser hijas de un alfarero. También, por ser mártires, aparece la hoja de palma del martirio.
Este lienzo se ha convertido en una de las imágenes más populares del artista. En este cuadro están representadas ambas hermanas, de pie, sosteniendo en las manos una representación de la Giralda, pues popularmente se creyó que fue su intercesión la que impidió que el minarete, para entonces ya campanario de la catedral se cayera en el terremoto de 1504, esa es la razón por la que santa Justa mira hacia el espectador con gesto tranquilizador mientras su hermana eleva la mirada la cielo. Las vasijas de barro que aparecen en el suelo son atributo de las santas, al ser hijas de un alfarero. También, por ser mártires, aparece la hoja de palma del martirio.
El primer cuerpo
del retablo mayor de la iglesia de los capuchinos, era el lugar en el que se
ubicaría este lienzo, ya que se consideraba que la iglesia estaba en el lugar
donde habían sido martirizadas las santas.
Las santas están
representadas por dos jóvenes de bellas y delicadas facciones, situando ambas
figuras de manera frontal al espectador. Los tonos verdes, ocres y rojos
empleados acentúan la belleza del conjunto. Las delicadas vasijas que aparecen
a sus pies, realizadas con un acertado dibujo y una pincelada delicada y
detallista, contrastan con el abocetamiento y la vaporosidad de la parte
superior de los cuerpos, mostrando Murillo el dominio pictórico alcanzado. En
esta obra se basó Goya para realizar un cuadro con la misma temática para nuestra
Catedral en 1817.
La fama alcanzada
por Murillo se extenderá por todo el país, llegando a la Corte donde el propio
rey Carlos II, el Hechizado, invitó a Murillo a que se fuera a vivir a Madrid,
rechazando el artista el ofrecimiento alegando razones de edad. En 1681 viviendo
ya en su nueva residencia de la parroquia de Santa Cruz, recibe su último
encargo, las pinturas para el retablo de la iglesia del convento capuchino de
Santa Catalina de Cádiz.
El conjunto de
lienzos de (((*))) Los Desposorios de
Santa Catalina formaban el retablo de la Capilla Mayor del Convento de
Capuchinos de Cádiz. Este retablo fue la
última gran obra encargada a Murillo. No se conoce exactamente la fecha del
encargo aunque se supone que sería a finales de 1681. La referencia documental
más antigua es la del 3 de abril de 1682 cuando, al hacer testamento en
Sevilla, Murillo declaró estar haciendo un lienzo grande y otros pequeños para dicho
Convento.
Al ser un cuadro de
grandes dimensiones, recordemos que mide 441 x 315, es obvio que necesitaba
apoyarse en un andamio para poder pintar la zona superior, se supone que
tropezaría y en la caída se dañó una hernia que padecía, abriéndosela y
saliéndose los intestinos. El escaso tiempo que se deduce que pudo emplear en
este encargo y el estilo del mismo nos lleva a pensar que su intervención en el
retablo debió reducirse al planteamiento de la composición y a parte de la
ejecución del lienzo central. Meneses Osorio, discípulo directo de nuestro
artista, fue el encargado de terminar la obra y el resto del pedido.
Todo parece indicar
que el cuadro se estaba pintando en su propio taller, que no se había
desplazado a Cádiz, ya que como hermano de la Santa Caridad, tenía la
obligación de pedir autorización para ausentarse de la ciudad, y esto no consta
en las actas de la Hermandad, lo que si aparece es que el 28 de marzo estuvo
realizando el reparto de pan entre los pobres de su parroquia, a pesar de tener
mermadas las facultades físicas, como consecuencia de la caída.
La muerte como
vemos, no le sobrevino de inmediato, sino que pasarían unos meses, aunque tuvo
que estar en cama reponiéndose, la última referencia que nos queda es que el 3
de abril se llamó al cura de Santa Cruz para que le administrara los
sacramentos y a un escribano para que redactara el testamento, ese mismo día
fallece sin poder terminar de dictar su testamento. En dicho testamento pide
que se le entierre en la parroquia de Santa Cruz y que se digan unas misas por
su alma, nombrando como albaceas a su hijo Gaspar Esteban, al Canónigo don
Justino de Neve y al aristócrata y pintor Pedro Núñez de Villavicencio. Nombrando
herederos de la pequeña fortuna acumulada a sus hijos Gaspar y Gabriel.
Parece que Murillo
fue enterrado en una pequeña capilla de esta Iglesia, en la que se encontraba
un cuadro de Pedro de Campaña, (((*))) el Descendimiento
de la Cruz, cuadro por el que se sentía
especialmente atraído, tanto es así, que frecuentemente iba a admirarlo y en
cierta ocasión el sacristán le preguntó que hacía delante de la pintura tanto
tiempo, a lo que él respondió que esperaba a que bajaran de la Cruz a aquel
divino Señor.
Según su primer
biógrafo, en el entierro hubo una gran concurrencia de público y el féretro fue
portado por dos marqueses y cuatro caballeros. Siguiendo lo dictado, fue
enterrado en una capilla de la iglesia de Santa Cruz, templo que fue destruido
por las tropas francesas en 1811. Una placa colocada en la plaza de Santa Cruz
en 1858 recuerda el lugar aproximado que ocuparía la Iglesia y donde reposan
los restos del gran artista.
(((*))) Este autorretrato fue realizado por
expreso deseo de sus hijos, como así lo indica la inscripción y como comentamos
al principio, Murillo disfrutaba de un trato afable, lo que le hizo acreedor de
una amplia clientela, una mirada inteligente con la que consiguió captar el
universo de su sentir, modesto, nada pretencioso, lo que le supuso el respeto
de una sociedad en sus distintos estratos y persona fiel a sus principios.
Fue considerado en
el siglo XIX, el mejor pintor de la historia por la cotización que alcanzaron
sus obras. Gran parte de su producción se encuentra diseminada por distintos
museos en el extranjero.
El estilo de este
artista se define por la presencia de la alta calidad de su dibujo, que fue
perfeccionándolo a lo largo de su trayectoria artística, imprimiéndoles a sus
personajes una gran expresividad corporal y espiritual. Sus composiciones son
dinámicas y de gran movimiento, elegantes y muy expresivas pero sin exagerar,
como correspondía al espíritu del barroco.
El empleo de los
recursos luminosos los fue perfeccionándolos a lo largo de su carrera, de la
uniformidad de sus primeras obras, sin apenas recurrir a los contrastes, a los
atrevidos efectos de transparencias logrados con el empleo del color.
Su estilo cambia en
la década de 1640 cuando trabaja en el claustro de San Francisco donde se
aprecia un marcado acento tenebrista, muy influenciado por Zurbarán y Ribera,
que mantendrá hasta 1655, momento en el que Murillo asimila la manera de
trabajar de Herrera el Mozo, sus transparencias y juegos de contraluces,
tomados de Van Dyck, Rubens y la escuela veneciana.
Otra de las
características de este nuevo estilo será el empleo de sutiles gradaciones de
la luz con las que consigue crear una sensacional perspectiva aérea, acompañada
del empleo de tonalidades transparentes. Las obras de Murillo alcanzaron gran
popularidad y durante el Romanticismo, se hicieron numerosas copias, que fueron
vendidas como auténticos "Murillos" a los extranjeros que visitaban
España.
Y con esto hemos
terminado el pequeño esbozo sobre un artista caracterizado por la suavidad y
gracia de obra...
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