Zurbarán realizó seis versiones sobre este tema, con
pequeñas variantes iconográficas, lo que indica que tuvo un relativo éxito
entre la clientela privada. Ésta es la versión de mayor calidad y corresponde a
su etapa de madurez artística.
En 1641 se casa su hijo Juan, con Mariana de Cuadros, hija
de un rico comerciante, que moriría poco después. En enero de 1643 el
Conde-Duque de Olivares, hasta ese momento valido de Felipe IV, fue desterrado,
fue un gran protector de los pintores andaluces, no olvidemos que él llevó a la
Corte a los grandes pintores de la escuela sevillana. Esta crisis política unida
al decaimiento de la actividad comercial de Sevilla, provocó que disminuyera el
número de encargos, algo que no le afectó en gran medida, ya que por entonces su
trabajo estaba muy reconocido. Al año siguiente en 1644 se casó nuevamente, en
este caso con Leonor de Tordera, de veintiocho años, hija de un orfebre, Zurbarán
tenía entonces cuarenta y seis, fruto de ese matrimonio fueron seis hijos.
Hacia 1646 intensificó la exportación de obras de carácter
profano a América, lo que le compensó de la disminución de los pedidos en
España de la que otro pintor sevillano, Murillo, sería también víctima, y lo
que explicaría, a su vez, la marcha de Alonso Cano a Madrid.
Los encargos que tenía eran muchos, y de ellos da cuenta un
contrato encontrado según el cual vendió a Buenos Aires, quince vírgenes mártires,
quince reyes y hombres célebres, veinticuatro santos y patriarcas, todos ellos
a tamaño natural. Zurbarán ante tal aluvión de pedidos, podía permitirse el
mantener un taller importante con aprendices y asistentes. Su hijo Juan,
conocido por ser un buen pintor de bodegones y naturalezas muertas, trabajó
probablemente en ese taller.
A principios de 1650 Zurbarán viajó de nuevo a Madrid. En
esta estancia pintaría el lienzo (((*))) San Lucas como pintor, ante Cristo en la
Cruz, vemos cómo ante un fondo oscuro se recorta la figura casi escultórica del
Crucificado al que devotamente le contempla el pintor. Esta composición siempre
ha sido considerada una de las imágenes más interesantes de Zurbarán, ya que
parece ser que el pintor se autorretrató en la figura del santo. Aunque San
Lucas ejerció durante su vida la medicina en Siria, los pintores le consideran
también su patrón ya que la leyenda le atribuye el retrato de la Virgen.
Por lo tanto, Zurbarán ha elegido su efigie para representar
a su santo patrón, con la paleta en la mano y la mirada hacia Dios. Junto a él
está el Crucificado, que rompe con las normas iconográficas dictadas por
Pacheco ya que Zurbarán cruza los pies de Jesús, aunque coloca los cuatro
clavos pero elimina el supedáneo, otorgando así a la figura un mayor escorzo y
movimiento. El artista continúa con los dictados del Naturalismo tenebrista y
utiliza imágenes muy realistas hasta el punto de colocarse él mismo como San
Lucas. Aunque existe cierta idealización en la figura de Cristo es sorprendente
cómo se le marcan las costillas y la caja torácica para otorgar mayor veracidad
a la escena. La fuerte luz procedente de la izquierda crea pronunciados
contrastes de luz y sombra y por último, los tonos oscuros y la delicadeza de
los pliegues son característicos de toda la obra de Zurbarán.
Zurbarán pintó muy pocos bodegones y se recrea en este caso
en la pura técnica, en las texturas y el goce estético, sin otorgar a la obra
un segundo significado temporal, a diferencia de otras representaciones que
suelen incluir flores muertas, relojes, calaveras o alimentos como alusión al
paso del tiempo.
En este periodo lleva a cabo un importante pedido para la
Sacristía del Monasterio de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, está
datado que sería alrededor de 1655, aunque siempre se ha considerado de
producción más temprana por sus características técnicas y compositivas. En
ellos Zurbarán interpreta magistralmente los principios espirituales que rigen
la vida de los cartujos, el silencio, la devoción a la Virgen María y la
mortificación por el ayuno.
Lo constituyen tres lienzos, en los que interpreta
magistralmente los principios de la vida cartujana, el primero sería el de (((*))) la Virgen de las Cuevas, en el que vemos como la
Virgen extiende sus brazos bajo los cuales se recogen los frailes, simbolizando
la protección que ejerce sobre ellos, mientras unos angelitos le ayudan a
extender su manto como si fueran alas. Estos frailes son conocidos por su
austeridad, el silencio, la abstinencia.
Es una composición plana y no muy
lograda, en la que destaca su riqueza cromática, el blanco luminoso del hábito
cartujo, con sus pliegues perfectamente marcados dando sensación de pesadez, el
rojo del vestido de la Virgen, ligero en contraposición con el de los monjes y
el azul de la capa que les da cobijo.
Al otro lado de la mesa, el poderoso Pontífice mira
desafiante al espectador, vistiendo riquísimas sedas y encajes y situado bajo
un dosel recto y oscuro, firmemente asentado y en actitud protectora, como ha
de ser el poder del Papa. El único motivo lujoso y colorista de la escena es la
estupenda alfombra turca que abriga el suelo de la fría estancia. Tal vez el
colorido de origen, presta el contrapunto a una escena llena de formalismo y
contención.
En esta composición Zurbarán nos sitúa frente a una vasta
naturaleza muerta. Las verticales de los cuerpos de los cartujos, de San Hugo y
del paje están cortadas por una mesa en forma de L, cubierta con un mantel que
casi llega hasta al suelo, el paje está en el centro, el cuerpo encorvado del
obispo, situado a la derecha y delante de la mesa y el ángulo que forma la L
evitan esa sensación de rigidez.
Delante de cada cartujo están dispuestas las escudillas de barro
que contienen la comida y unos trozos de pan. Dos jarras de barro, un tazón
boca abajo y unos cuchillos abandonados, ayudan a romper una disposición que
podría resultar monótona, si no estuviera suavizada por el hecho de que los
objetos presentan diversas distancias en relación al borde de la mesa. La
composición tiene vida, son personas reales las que se plasman en el cuadro.
El cuadro dentro del cuadro, representa a San Juan Bautista
en el desierto y el descanso en la huida a Egipto, ambos cuadros muestran las
virtudes del ayuno.
Zurbarán realiza un muestrario de sus famosos hábitos
blancos, color en el cual se dice que llega a manejar hasta 100 tonos
diferentes y vemos cómo aparecen en la imagen las famosas cerámicas blancas y
azules de Talavera, con los escudos del obispo y de la Orden.
En 1658 los cuatro grandes pintores que se formaron en la
escuela sevillana, Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano y Murillo, se encontraban
en Madrid. Durante su estancia, Zurbarán tuvo que testificar en la investigación
llevada a cabo para que Velázquez ingresara en la Orden de Santiago.
De esa
época data, (((*)))
El lienzo de la Verónica que se encuentra en Valladolid. Zurbarán retoma el
tema de la Santa Faz tras un período en que había dejado de representarse.
Suele pintarlo a la manera de los pintores flamencos, sostenido por dos o tres
alfileres, en este caso el paño está anudado y tiene un solo alfiler en el
centro. Este sistema de sujeción provoca múltiples pliegues y sombreados que
dan mayor naturalidad a la imagen.
Para aumentar este efecto de realidad, lo
firma como acostumbra en un papelito en el ángulo inferior izquierdo, como si
fuera un papel de verdad pegado sobre el lienzo,, en el que vemos perfectamente
su firma y la fecha de su ejecución.
En 1660 su fiel amigo Velázquez muere y el 27 de agosto de
1664 lo hace el propio Francisco de Zurbarán en Madrid.
El tema de las santas, tratadas individualmente sosteniendo
sus atributos y mirando hacia el esterior del cuadro, fue uno de los motivos mas
afortunados dentro de la producción de nuestro artista. Este lienzo fue parte
del botín español que el mariscal Soult se llevó a Francia, la pintura está
registrada en la subasta de bienes del mariscal celebrada en mayo de 1852 en
París. Vestida con una gran riqueza, la suntuosidad de su traje, la santa se
presenta modelada con una luz fuerte que acentúa su monumentalidad y resalta el
intenso colorido de sus ropas contra un discreto fondo. Zurbarán pone un
cuidado especial al traducir la calidad táctil de los paños que cubren el
cuerpo de la mujer y que combina con piedras preciosas y metal. Actualmente se
encuentra en el Museo Thyssen Bornemisza.
Es una de las efigies más elegantes de Zurbarán, su rico
vestido permite al pintor demostrar su extraordinaria capacidad para la
reproducción de las texturas, demostrando el dominio técnico alcanzado en la
representación de figuras recortadas sobre un fondo oscuro que miran de frente
al espectador. En algunos casos se trata de retratos de personas vivas
representadas con los atributos del santo de su nombre, en este caso de la
reina Isabel de Portugal.
Las series que Zurbarán llevó a cabo con retratos ideales de
santas y vírgenes mártires han alcanzado gran fama en la historiografía
contemporánea. En ellas muestra el autor una especial sensibilidad hacia la
belleza y un personal sentido del color, los vestidos de estas mujeres suelen
ser dignos de damas de la Corte y con las más extravagantes combinaciones de
color que, sin embargo, Zurbarán hace parecer armoniosas.
En esta que vemos a continuación, se encuentra en el
Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad, (((*)))
Santa Dorotea, a la que vemos de perfil llevando una bandeja de cestería con
las rosas y manzanas que milagrosamente le trajo un ángel para salvarla así del
martirio. Lleva un hermoso vestido abullonado, como es habitual en estas
series, en las que los trabajos de las telas y bordados están muy trabajados.
El rasgo principal que define esta serie dedicada a las
Santas Mártires es la sensibilidad con la que están tratadas y el aislamiento
majestuoso de sus figuras recortadas contra un fondo neutro oscuro, que en este
caso se ve acentuado por el bello perfil de la santa. Otro rasgo que las define
son las atrevidas combinaciones de color que el pintor aplicaba sobre los
riquísimos vestidos, como este traje de seda rosa adornado con un mantón
amarillo rayado en negro. El tratamiento es muy similar en todas ellas.
Las santas aparecen absortas en sí mismas, ataviadas a la
usanza de la época, pero rebosan serenidad, majestuosidad y belleza. Una
belleza que irradia del interior del personaje y que se extiende a la totalidad
de lo representado. Que se encuentra en el color y en la forma, en los
volúmenes, pero que nos lleva a los rostros y desde éstos al interior de cada
personaje.
Zurbarán se consagró a este tema de las vírgenes mártires
tan apreciado en Sevilla, sin pretender representar la tortura que sufrieron.
Su obra puede definirse como la de un pintor barroco volcado en el tema
religioso, que muy de vez en cuando aborda otros temas como el retrato o el
bodegón. Su arte es especial, comenzó su producción influido por las modas
tenebristas que llegaban de Italia, pero el contacto con Velázquez acabó por definir
su estilo.
En esta última etapa pintó esta escena en
los últimos años de su vida, (((*))) Los Desposorios místicos de Santa Catalina
de Alejandría, en una etapa que los críticos van apreciándole cada vez más. Es
uno de los lienzos que se encontraban en su casa entre los que guardaba en el
momento de su fallecimiento. Es de tamaño mediano y estaba dedicado para su devoción privada. En
su concepción se aleja del tenebrismo de sus inicios, abunda una enorme
variedad de matices blancos. La Virgen presenta una belleza clásica, cejas
alargadas y arqueadas, el cabello ondulado, largo y suelto, una mirada
pensativa. El Niño Jesús, con aspecto regordete y las mejillas rosáceas, nos
recuerda a otros pintados en este último periodo. Santa Catalina de perfil,
presenta un color de pelo similar al de la Virgen, está recogido y bien
trenzado. La vestimenta que presenta es propio de la nobleza, el color blanco
del vestido simboliza la pureza. Se encuentra inclinada recibiendo el anillo
que le ofrece el Niño, bajo ella se encuentra simbolizando el sufrimiento
sufrido, la rueda rota con las cuchillas, herramienta con la que fue
martirizada por orden del Emperador Majencio, pero al no conseguir hacerle el
menor daño con esa rueda, mandó que la decapitaran.
Enseña una manera de entender la religión católica bastante
peculiar en plena Contrarreforma, el pintor renuncia la mayor parte de las
veces a mostrarnos el dolor de los personajes, los aspectos violentos o
desagradables de sus martirios y se concentra en reflejar la religiosidad en
los rostros, en las actitudes. En definitiva, sus planteamientos están cercanos
a la mística como vía del acercamiento a Dios.
Alrededor de 1950 se localiza el testamento de Francisco de
Zurbarán. Hasta ese momento no se sabía la fecha exacta de su muerte y se creía
que había fallecido en 1662. El documento, depositado en el Archivo Histórico
de Protocolos de Madrid es de excepcional importancia por ser depositario de la
última voluntad del pintor, aportando datos y ciertos detalles.
Realizó el testamento en el lecho de muerte, el 26 de agosto
de 1664, residiendo en Madrid, invocando al Santísimo Sacramento y a la
Inmaculada Concepción para decir a continuación que «sepase como yo Francisco
de Zurbarán, natural de Fuente de Cantos, en Extremadura, residente en ésta de
Madrid…». A finales de agosto su viuda, Leonor de Tordera, acudió a un notario
para confeccionar un inventario sobre los enseres del pintor y allí declaró que
había fallecido el día anterior, miércoles 27 de agosto de 1664, apreciándose
un nivel de vida medio-alto, ya que en sus últimos años tuvo una cierta dedicación
al comercio de las sedas y adornos para textiles. Se liquidaron los lienzos que
permanecían en su poder, las casas, etc. Se encontraron 50 estampas en su
taller, pero ni un sólo libro. Sus herederas fueron sus dos hijas
supervivientes María e Isabel Paula nacidas de su primer matrimonio.
Llama la atención como la firma (((*))) que plasmó Zurbarán en su
testamento muestra la decadencia causada por la enfermedad, nada que ver con la
firma que aparecen en sus lienzos, como muestra esta otra que data de 1634.
Zurbarán dispuso en su testamento que su cadáver fuese inhumado en la Iglesia
de los Recoletos Agustinos Descalzos de Madrid, edificio en cuyo solar se
levantó en el siglo XIX la Biblioteca Nacional.
... Y esto ha sido todo.
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